Hace algunos meses, me propuse la quijotesca empresa de localizar, internet mediante, hispanohablantes filipinos. En un principio, la tarea se presentó ardua y poco fructífera. El español era para la mayoría de filipinos con los que fui a dar un idioma extraño del que a duras penas conocían palabras sueltas como "gracias" o "señor". Sin embargo, poco a poco me fui topando con algunos isleños que hablaban en mayor o menor medida el idioma castellano. A pesar de ello, en la mayoría de casos, habían aprendido a hablarlo por iniciativa propia (ya fuera en la universidad o en el Instituto Cervantes), y nunca por transmisión familiar. Llegué a plantearme que el español como "idioma materno" en Filipinas estaba prácticamente extinguido. Hasta que, casualidades de la vida, fui a dar con R. Jiménez, un chico oriundo del sur de Luzón pero empleado en una multinacional con sede en Manila, descendiente directo de una familia hispanofilipina. Un auténtica ra
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