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Pilita Corrales, un último adiós a la primorosa flor filipina
Pilita Corrales falleció mientras
dormía en su casa de Manila el pasado 12 de abril de 2025, a los 85 años. A raíz de su deceso, los medios
filipinos celebraron y homenajearon a la que denominan la “Asia’s Queen of Songs”, pero
casi nadie recordó o, a lo sumo, pasó de soslayo la vertiente española de su inmenso legado
discográfico: una media docena de LPs y sencillos grabados íntegramente en castellano
que nunca gozaron de promoción seria ni en Filipinas ni en los países
hispanohablantes. Hoy, desde Divagaciones Babélicas, quisiéramos detenernos en esos surcos que cuentan otra biografía posible, menos generalista y más íntima.
María del Pilar Corrales y Garrido nació en 1939 en la
ciudad filipina de Cebú, de madre granadina y padre mestizo hispanofilipino, en el seno de una familia acomodada. En
aras de enderezarla y separarla de un amor que no contaba con el beneplácito de
sus padres, a los 16 años se instaló en Madrid, donde estudió en el Colegio
Mayor Padre Poveda. Aquella estancia le sirvió para pulir la dicción castellana
cantando coplas durante las veladas del internado para agrado y entusiasmo de
sus compañeras, quizás las primeras personas de muchas que se deleitarían con
el característico vibrato de su voz. Sin embargo, tuvo que interrumpir
abruptamente el curso: en 1956 la muerte súbita de su padre por infarto la
obligó a volver a Filipinas y a asumir que el camino familiar de estudiante
acomodada había terminado. Años después admitiría que aquel duelo la empujó,
indirectamente, a convertirse en cantante profesional. En 1958 aceptó un
contrato como cantante en un crucero con destino a Melbourne y terminó
radicándose en Australia, donde su versión bilingüe en inglés y español de
“Come Closer to Me” encabezó las listas de éxitos australianas y la convirtió
en la primera filipina con un número uno fuera de Asia.
Al regresar a Manila, su primera
aparición estable fue “La Taverna”, un programa de la emisora DZPI en el que,
guitarra en mano, interpretaba boleros y rancheras en el español heredado de
casa. Esa etapa —“cantaba en castellano porque era la lengua que mi madre
entendía”, contaría después— cimentó una base que conviviría, a partir de 1963,
con los éxitos en tagalo, cebuano e inglés.
El primer gran fruto de su carrera en español llegó en 1973 con el LP Oh La La!.
La producción es espartana: guitarra de
nylon al frente, percusiones discretas y arreglos de cuerdas casi invisibles.
El repertorio —“Oh La La”, “Gotas de lluvia”, “Concierto de otoño”, “Con estas
manos”— revela un gusto por la balada hispanoamericana de posguerra y deja la
contralto de Pilita en primer plano, sin florituras. El tiraje se distribuyó
sólo en Filipinas; no llegó a radios hispanas ni a sellos españoles, lo que
convirtió al disco en pieza de coleccionista.
Ese mismo año apareció Pilita
y Amado en español, grabado con el guitarrista paraguayo Amado del Paraguay,
quien sería, paradójicamente por desgracia para ella, el gran valedor de la aventura de Corrales en español, al tratarse
del compositor de la gran mayoría de sus temas en dicho idioma, así como el encargado de adaptar a la lengua de Cervantes (y de Rizal) éxitos filipinos como “Cariñosa” o “Rosa bisaya” (“Rosas pandan”). Musicalmente,
el dúo ofrecía guaranias y boleros de pulso criollo, pero detrás del vinilo se
escondía una relación tormentosa: en 2012 la cantante reveló que vivió una
década de maltrato a manos de Amado. “Me quedé sin voz un mes; una vez me
golpeó con un teléfono”, declaró en la cadena televisiva filipina ABS-CBN,
confesión que arrojó nueva luz sobre aquellas sesiones de estudio. El segundo
volumen, editado en 1976, cerró una colaboración que ella misma calificó
después de “cicatriz”.
En 1979, cuando la denominada Original
Filipino Music dominaba el mercado local, Corrales sorprendió con Viajar.
El título homónimo, firmado por el compositor Ryan Cayabyab, mezcla bajo
elástico y percusión latina; otras pistas rescatan “Noche de ronda” u “Hoy” con
una sección de vientos soul que adelanta el “latin jazz-funk” manileño de la
época. Aunque algunos ejemplares llegaron a tiendas de importación en Los
Ángeles y Ciudad de México, el disco no se reeditó jamás: hoy se cotiza en
torno a los 40-100 euros y aparece descrito en Discogs como “rare pinoy Latin
album sung in Spanish”.
¿Por qué estas grabaciones
pasaron de largo? Primero, porque el castellano era ya un idioma residual en Filipinas: las emisoras preferían tagalo o inglés,
y las discográficas temían un producto “demasiado nostálgico”. Segundo, porque
España y, por extensión, Hispanoamérica ignoraron a Pilita; nunca hubo gira,
promoción ni distribución formal. Tercero, porque la propia fecundidad
artística de la cantante —más de 135 álbumes— diluyó el eco de cada proyecto
minoritario. La consecuencia es una especie de discografía fantasma, dispersa
en blogs de coleccionismo y subastas de vinilo.
Con todo, quienes se asomen a
esos surcos descubrirán una artista que se mueve en castellano con sorprendente
soltura: no imita el fraseo mexicano ni la nasalidad andaluza; mantiene un
vibrato brevísimo y una emisión redonda y cubierta que deja las emociones en
estado de brasa, no de incendio. Así suenan “La Foto” o “Piensa en mí” en Oh
La La!; así late la melancolía controlada de “Viajar”, canción que invita a
huir sin dramatizar la fuga.
Desde su muerte, los vinilos en
español de Pilita han visto duplicado el precio de los ejemplares bien
conservados. Falta, sin embargo, una reedición crítica que unifique másteres,
aclare créditos y, sobre todo, devuelva estas piezas al circuito digital. Sería
el modo más justo de completar el retrato de una cantante que inició su carrera
afinando coplas en un colegio madrileño y la cerró doblando la espalda —su
inconfundible liyad— ante el público hasta prácticamente el último momento. Se trataría asimismo de un último acto de justicia para con Pilita, habida cuenta de su único gran deseo pendiente de cumplir, tal y como admitió en una de sus más recientes entrevistas: publicar un álbum en castellano en los 21 países hispanohablantes.
Escuchar hoy Oh La La! o Viajar
es mirar un puente que une Manila, Madrid y Asunción, construido con boleros,
guaranias y soul tropical. También es, quizá, la forma más precisa de despedir
a Pilita Corrales: devolviéndole la lengua que primero le dio alas y que, por
azares de mercado y de biografía, quedó enterrada bajo otros triunfos. Si algún
día estos álbumes regresan a las plataformas, ojalá sea para que el español de
Pilita resuene donde siempre debió sonar: en los oídos de quienes aún no saben
que en las islas filipinas hubo una voz que cantaba “Concierto de otoño” con
aroma de sampaguita y acento cebuano.
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