La arriesgada propuesta editorial se materializó en una primera tanda de publicaciones que anunciaban ya la vocación de Rata por lo singular. Allí estaban "Diarios del Sáhara", de Sanmao, rescatando a una autora china hasta entonces poco conocida en España a pesar de su estrecha relación con el país, o "La vegetariana", de Han Kang, que años más tarde se convertiría en un fenómeno literario global tras ganar el Premio Nobel. A ellas se sumaron las voces de Natàlia Cerezo y, más tarde, el rescate de figuras como Aurora Bertrana, pionera de la literatura catalana de viajes y una autora de espíritu libre que encarnaba a la perfección la voluntad del sello de dar espacio a escritoras con miradas únicas. De hecho, el catálogo de Rata tuvo siempre un marcado carácter femenino: en él dominaban las voces de mujeres, no como gesto de corrección política, sino porque eran esas voces las que respondían a la idea de escribir desde la urgencia, desde la necesidad de decir lo indecible. Desde el principio, la crítica y las librerías celebraron el atrevimiento del sello, destacando la coherencia de su propuesta y la belleza de sus ediciones. En apenas un año de existencia, la editorial consiguió situarse en un espacio propio: el de quienes editan contra corriente, con voluntad de trascender y con un compromiso cultural que desbordaba el mercado.
Ese fulgor inicial, sin embargo, llevaba inscrita su fragilidad. En 2018, Iolanda Batallé asumió la dirección del Institut Ramon Llull, un cargo institucional que exigía dedicación absoluta. La dirección de Rata pasó entonces a Francesc Orteu, en un intento de garantizar la continuidad del proyecto dentro de Enciclopèdia Catalana. Pero la energía que había encendido la editorial no era fácilmente transferible: la marca, aunque sólida en intención, dependía de una visión personalísima que se fue desdibujando con el cambio de liderazgo. A partir de entonces, las publicaciones se hicieron más esporádicas, el catálogo dejó de crecer con la misma fuerza y la distribución se resintió. En artículos recientes, cuando se recuerda la trayectoria de Batallé como editora, se habla de Rata en pasado y se señala sin ambages que es un sello “hoy desaparecido”. La ausencia de reimpresiones de sus títulos más emblemáticos confirma que no se trata solo de una pausa, sino de una desaparición efectiva.
El fin de Rata no puede explicarse únicamente por la marcha de su fundadora a otras responsabilidades. En su ocaso pesaron también los factores estructurales: la dificultad de sostener un proyecto literario de riesgo en un mercado saturado, la dependencia de una estructura corporativa con sus propias prioridades y la imposibilidad de mantener vivo un catálogo costoso en traducciones y diseño. La paradoja es que Rata triunfó en lo cualitativo, en el prestigio crítico y en la capacidad de descubrir voces como la de Han Kang en España, pero no logró consolidarse en lo cuantitativo, en las ventas que aseguran la supervivencia material de una editorial. Cabe constatar que, de haber perseverado un poco más, Rata podría haber alcanzado el reconocimiento y el éxito que le eran justamente debidos, máxime si se tiene en cuenta el prestigio y el buen rendimiento comercial que actualmente disfruta Han Kang, cuyos derechos de publicación ahora posee Mondadori España.
Y sin embargo, hablar de fracaso sería injusto. Rata fue un faro breve pero intenso, una demostración de que es posible editar desde la necesidad y no desde la complacencia. Sus libros siguen vivos en quienes los leyeron, y la huella estética y ética de su catálogo ha inspirado a otros sellos pequeños a arriesgarse más allá de lo previsible. Que hoy la editorial se considere “desahuciada” dice más de las condiciones hostiles del mercado editorial que de la valía del proyecto. Fue desahuciada, sí, en el sentido de expulsada de un ecosistema que no permite sostener iniciativas tan cuidadas y exigentes. Pero no fue ni será olvidada: el mérito de haber descubierto a autoras fundamentales como Han Kang, de haber rescatado figuras como Sanmao o Aurora Bertrana y de haber defendido una literatura en la que las voces femeninas eran protagonistas le asegura un lugar en la memoria de la edición independiente en España.
Rata Books fue un destello, y quizá lo que más duele de su desaparición es precisamente lo que más la engrandece: que nos recuerde que editar libros con alma es posible, aunque el precio de esa apuesta sea, con demasiada frecuencia, la condena a la desaparición.
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